Los cristianos comenzamos hoy el tiempo de Cuaresma. Se trata de un tiempo hermoso, de un
camino existencial que hacemos comunitariamente para acoger la vida nueva que se nos regala
en la Pascua. Es un tiempo en el que se nos invita a desprendernos del hombre viejo que nos va
lastrando en nuestro camino para dejar que nazca el hombre nuevo al que somos llamados en el
Resucitado.
Os invito a leer el hermoso mensaje que el papa Francisco nos ha escrito con motivo de este
tiempo cuaresmal. El camino que nos plantea es hacer nuestra la vivencia del pueblo de Israel en
su trayectoria por el desierto. Se trata, como sabéis, de un auténtico camino de libertad. Israel
tuvo que dejar atrás sus ataduras, sus cadenas, sus complejos… para alcanzar la tierra
prometida de la auténtica libertad. No fue un camino fácil.
Paradójicamente, ayer y hoy resulta más fácil vivir como esclavos que disfrutar como hijos.
Durante la Cuaresma la Iglesia nos invita a todos a hacer esta misma experiencia. Somos
convocados a acoger la gracia de la libertad. Así, durante esta cuarentena de ayuno, los
cristianos podemos reconocer nuestras ataduras opresoras, nuestras esclavitudes que nos impiden
crecer para que, abandonándolas, surquemos los caminos de la libertad de sentirnos hijos de
Dios. Es por eso que la Cuaresma se convierte “en el tiempo de gracia en el que el desierto
vuelve a ser, como anuncia el profeta Oseas, el lugar del primer amor. Dios educa a su pueblo
para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida”.
Para hacer este itinerario, el Papa nos invita a vivir algunas actitudes durante este tiempo
cuaresmal. En primer lugar, querer ver la realidad. El Dios en el que creemos los cristianos, y que
estamos llamados a experimentar especialmente durante la Cuaresma, es un Dios que tiene
sentimientos. Frente a los ídolos que no oyen, ni ven, ni sienten, nuestro Dios es un Dios que “ha
visto la opresión de su pueblo y oye sus gritos de dolor”.
Acercarnos a Dios, a través de la oración que durante este tiempo ha de ser más intensa, nos
abre los sentidos. La contemplación de Dios no nos aísla, sino que nos aproxima. “Delante de la
presencia de Dios nos convertimos en hermanos y hermanas, percibimos a los demás con nueva
intensidad: en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje”.
Para el cristiano, por tanto, el tiempo cuaresmal es una oportunidad para la misericordia, para
la liberación, para reproducir la actitud samaritana que nos permita ver al herido al borde del
camino y curarle de sus heridas montándolo sobre la propia cabalgadura. Tras la cuarentena
cuaresmal hemos de salir más sensibles a los sufrimientos del mundo, sin quedar indiferentes ni
pasar de largo ante cada persona. Ese es el sentido de la limosna a la que también se nos invita
durante este tiempo tan especial. La Cuaresma, por tanto, ha de ayudarnos a transformar
nuestro corazón de piedra en un corazón de carne y hacerlo como el de nuestro Dios: un Dios
que sufre con entrañas de madre y que actúa por la liberación.
Pero todo ello, se nos propone experimentarlo como Iglesia, en comunidad. Es un tiempo para
decisiones comunitarias. Hago mías las palabras del Papa: “Invito a todas las comunidades
cristianas a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida, a darse
tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo”. Nosotros lo
haremos como Iglesia diocesana en la Fiesta de la Misericordia que celebraremos el próximo 9
de marzo.
Ojalá que saboreemos una Cuaresma que nos lleve a la libertad. Así seremos capaces de
generar la necesaria esperanza que necesita nuestro mundo. La esperanza que da compartir el
camino con personas libres que han experimentado la libertad de Aquel que nos liberó.
Vuestro hermano y amigo.
Fernando García Cadiñanos
Obispo de Mondoñedo-Ferrol